La sequedad de un tronco de árbol sin hojas detras de las vidrieras corredizas, hacía cierta armonía con la sensación de abandono del lugar al que fui llevado. Si bien sentir como se balanceaban las paredes al caminar era un efecto secundario de las pastillas, la imágenes alucinadas en el televisor correspondían al mundo alterado de siempre.
Cuando la realidad es tan ajena a uno, se abre de par en par la paradoja de estar vivo en medio de millones y millones de seres humanos en soledad. Los números son fríos y nos conducen al momento exacto en que nos enfrentamos al vacío existencial.
La voz del arte en los chisguetes de colores y la paleta inundada de aceite y trementina, acusaba el apremio por comunicar algo, decirlo urgentemente, ¿quién recibiría el mensaje?..
Del coma vital a la aceptación de un mundo normalmente inconexo y de cabeza hace falta solo un poco de cinismo saludable, pero cuando la voz fina del arte nos dice algo al oído, parece remover algo así como las líneas marcadas de nuestras manos. ¿está en nuestras manos nuestro destino?
Como ciclos vitales hemos visto pasar ante nuestros ojos los cambios, la cosa es intentar que esos cambios sean para mejorar la vida de nuestros mas próximos entornos, tal vez como en el mito de Sísifo tengamos siempre que cargar la piedra hasta la cima de la montaña, para emprender de nuevo al día siguiente la misma tarea, pero ¿cuantas veces hemos de hacerlo?
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