Cuando el cuerpo se me partía en dos, habían noches así. Un color del cielo pegado al piso y otro pegado al techo, como el agua y el aceite, un gris sepia y un negro de sombra tostado que no dialogan, que el horizonte diga lo que pasa, que hable el cielo...
Así en medio de la garúa regresando en un transporte público, casi intuyendo que las cosas escondían una tragedia, pero sereno entre las soledades buscaba razones a tu ausencia.
Era en ti en quién pensaba pero también en el vacío, en el silencio de océano que se formaba cuando inutilmente pensaba que solo bastaba estirar el brazo para acariciarte. No, la vida era mas enigmática, apenas podía identificar el mensaje oculto viendo el cielo partido en los dos colores, eso lo decía todo.
Por eso, preguntarle humildemente a mis acuarelas que es lo que estaba pasando era lo mas seguro. Una vez más una música de fondo, el calor de estar con uno mismo y el precio de ser libre, me decía que el desierto estaba recién empezando como antes, como ahora, como siempre. Y después mas adelante, arriba, muy arriba, la mañana húmeda, despejada como cuando los ojos están muy cargados de dormir, y solo se ve pura luz hasta que escampa. La mañana de agua de arroz, la mañana de verde tán palido que casi parece blanco, pero que al fin y al cabo es mañana.
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Hace 5 años
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