Caminar por las calles de Lima, siempre grises y descoloridas se completa cuando uno contempla en la pantalla la pelicula ¨La teta asustada¨de Claudia Llosa. Y se completa en la tristeza, en la melancolía que nos cae encima. Una pelicula tristísima, lentísima y femenina. Hay que ver como lo cíclico de la vida: la muerte, el nacimiento, un matrimonio masivo, el amor aceptado o negado, las celebraciones populares, se convierten tambien en las huellas del pasado y las huellas en nuestro cuerpo. La mujer nada olvida: en el cuerpo de Fausta Isidra una papa protege su vagina y declara su enfermedad. Su enfermedad es el miedo, el trauma de su madre transmitido via oral, pero vivido como propio. Una anciana que muere recordando aún los estragos de la violación de la que fue victima durante la guerra anti-subversiva del Perú de los 80s.
La miseria sumada a la melancolía y la feminidad es un cóctel suficiente para salir del cine cargando un fardo funerario en la espalda. El cuerpo de la anciana se convierte literalmente en un fardo funerario al que no se puede enterrar por falta de dinero. La vida es fuerte y embiste los intentos por detenerla por parte de Fausta y su enfermedad, densa, compleja y provinciana hasta la demencia.
Una película plagada de símbolos, la fosa de la sepultura que se convierte en piscina de los niños, las flores que tambien nos hablan con sus colores y sus procedencias, el piano quebrado y repuesto, las perlas desconectadas del collar y un conteo de dias pausado como esperando la menstruación, la depresión de la dueña de la casa y concertista de piano que roba las melodias de Fausta, pues está en una sequedad creativa. Todos estos símbolos marcadamente femeninos que terminan en un tunel y la vista casi final del mar. ¿Hay un alivio para nuestro dolor?
"La teta asustada" nos recuerda que no podemos escapar de nuestro pasado, que llevamos sus marcas en nuestro cuerpo, y que la enfermedad no nos va a querer abandonar asi tan facilmente hoy o mañana.
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