El recorrido de la exposición nos lleva a una historia humana de vida, un viaje del agua y sus corrientes, una gran metáfora del devenir de la vida desde el punto de vista femenino. En las piezas de madera de Margarita Checa los niños son niñas, la presencia adulta son mujeres en casi su totalidad. La mujer se desdobla en fragilidad e instinto, en interioridad de sonidos de agua, en ondulaciones de telas que luego se van convirtiendo en líneas de aguas que dan origen a la vida y al movimiento. Los botes nos invitan al viaje entre niñas que por momentos juegan, duermen y por momentos parecen estar inmersas en la sorpresa de constatar que sus cuerpos son no solo agua sino también ilusión y futuro.
Personalmente no soy un espectador predilecto de escultura, pero la obra de Margarita Checa abunda en elementos figurativos a diferencia de sus contemporáneos en esta disciplina, tal vez sea eso lo que me acerca su lenguaje al dibujo y al elemento estético de cuidado y equilibrio compositivo y de belleza artística, algo que está postergado a veces en función de argumentos conceptuales o discursos curatoriales. Aquí en cambio nos comunicamos con su obra en primer lugar a través de un lenguaje de formas íntimamente elaboradas, sentidas y expresadas con elevada sutileza estética y formalmente meditada en sus incrustaciones, símbolos y acabados. De ahí nuestro viaje al origen, al origen del sueño de ser artistas. Gracias Margarita.
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