Luisa Lara, in memoriam
En su habitación habían afiches que había visto en las paredes de otros espacios íntimos, con esas letras art nouveau y esa definición de colores especialmente sobria y elegante que hacía de su espacio de paciente algo diferente a los otros cuartos de la clínica. Además tenía muchos juegos: naipes ( tenía todos los tipos de naipes imaginables), backgammon, ajedrez, damas chinas y juegos de rompecabezas interminables de quinientos, mil y cinco mil piezas.
Era como para quedarse meditando si verdaderamente un ser humano podía ser capaz de dejar de pensar en las preguntas importantes de la existencia con todo ese exceso en posibilidades de juegos .
Caminar lentamente con la cabeza dando vueltas y zumbando era normal cuando estaba entre los pasadisos y cuartos de la clínica, observar desde los grandes ventanales pavonados el jardín. Ese jardín era demasiado hermoso para estar justo allí, delante de nosotros, tenía unas flores maravillosas de color anaranjado que caían elegantes como manantiales, arroyos o pequeñas cataratas que parecían demostrarnos que la vida era bella y apacible. Había además un techado de maderas que lo tengo atravezado en la retina de mi memoria por la exquicitez y delicado acabado, vestido de enredaderas que con toda libertad y frescura entraban y salían de sus intervalos de cielo. Esa era la imagen que me hacía evocar una suerte de paraíso perdido de mi propia vida.
Sí, estábamos colocados en una suerte de pasadiso de la existencia a la espera de un veredicto ajeno a nuestra voluntad y eso lo hacía todo sospechoso, calculado, finjido y orquestado, una suerte de estafa producida por alguna mente maléfica mayor. Por eso en ese lugar todo el decorado era para observarlo con desconfianza, todo menos la apariencia de la habitación de Luisa, que lo había rediseñado en base a sus afiches y sus libros de literatura recien comprados y nuevos hasta para ella misma.
Mención aparte eran unas alfombras con diseños de personajes de arte rococó, sutilmente pervertidos en sus sugerentes escenas que habían sido colocados como cuadros de decoración sobre las paredes de todas las habitaciones, esas alfombras eran las mas sospechosas.
Ahora pienso en las flores de plástico, unas flores que siendo verdaderas parecían de plástico por su lejanía y falsedad, por su poca empatía con el sufrimiento que suponía vivir aunque solo fuera por una temporada encerrado entre vidrieras reforzadas y puertas de doble chapa y llaveros múltiples, no vaya a ser que alguien que estuviera en el purgatorio se quisiera pasar hacia el cielo sin la autorización de los gendarmes de la sociedad.
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