domingo, 22 de junio de 2014

la violencia del tiempo

Hace rato habían señales, hace rato y por todos lados, pero la peor fue la última: una rajadura casi imperceptible en la luna de mi reloj de muñeca. Una rajadura en un día soleado, raro para los días húmedos y grises que venían sucediendo. La cosa era mantener la calma, hacer como si nada pasara, mirar por la ventana del micro las calles llenas de polvo y las marcas en las paredes ajenas al mensaje implacable del tiempo. Un puente deteriorado, un riel de tren casi inutilizado, el pasamanos oxidado del mismo micro, la soledad de las personas a tu lado, lo pasajero de ser uno mas en la urbe. Lo pasajero, el tiempo, los vidrios de la ventana, el sol inusual en el cielo, una lagartija asomando por la puerta del baño vista a través del espejo, un recuerdo quebradizo, un calor en el estómago.


Ahora que el tiempo rebuscaba en mi puerta para emitir un sonido, ahora que el tiempo hablaba sin tener boca, era entonces que había que ser amable con él, invitarlo a pasar a la sala, que tome asiento en el sofá y traerle un café para conversar de la vida. Era lo justo y lo correcto.
Y así recordar al niño que veía en la televisión documentales sobre el fondo marino, con esas luces azules  y peces de tamaños, formas y colores diversos. Un tiempo apacible, el mar y sus misterios, el mar y lo fresco que significa ser el origen de la vida y todo lo que esto supone.

Un taller de pintor itinerante, los apuntes nuevos en un block de dibujo y el registro de todos mis intentos, a ver si con un poco de orden y disciplina se puede despertar el aliento de las flores, de las hojas y hasta de la tierra. Que el mapa del tiempo indique algo mejor que su violencia, que de los desvelos al menos se abra un espacio para la calma de crear un pequeño universo paralelo, si, pequeño, pero universo a  fin de cuentas.