sábado, 5 de marzo de 2011

la danza de la vida




Aún estaba en la secundaria cuando empecé a ver danza entre mis actividades culturales. Saliendo del colegio los viernes iba a ver las galerías de arte, miraba pinturas, esculturas, trataba de desentrañar los misterios del arte en todas sus manifestaciones y dimensiones. Tal vez la danza como arte era la mas completa entre mis experiencias nuevas de adolescente curioso. Me gustaba asistir a las presentaciones de improvisación en danza de Luciana Proaño, la libertad en sus movimientos, me hacía frecuentemente pensar en los trazos sueltos de un dibujo. En verano Luciana se presentaba en diferentes locales de Lima, y yo era fiel asistente a todos, o casi todos.
Luego vino la fiebre por el grupo de danza Íntegro que me impactó desde el primer momento en que lo ví. Íntegro tenía color a diferencia de otros grupos de danza y además un extraordinario repertorio de música extraña y rebuscada. Las bailarinas eran muy bellas y de entrega profunda en sus coreografías, tenían una fuerte carga simbólica en cada uno de sus números. Lili Zeni, Tati Valle Riestra, Ana Zavala se encargaban de construir una nueva experiencia sobre el escenario, en sus cuerpos la danza moderna iluminaba un nuevo horizonte creativo.
Si bien, luego pude descubrir la danza expresionista alemana con Kurt Joos y la maravillosa coreógrafa Pina Bausch, mis primeras experiencias con la danza contemporanea se las debo a tantas otras bailarinas peruanas como Karin Elmore y Morella Petrozzi que nos educaron como espectadores y como admiradores de lo que se puede lograr en un escenario con luces, música, color y movimiento. Movimiento genuino y dominio de escena, claro está.
A la danza, mi antiguo amor, gracias.